En 1948, Juan de Dios Piedra y Antonia Aguilar, recién casados y provenientes de Jaén capital, compraron un pequeño olivar en Andújar. Con sus propias manos levantaron, con mucho esfuerzo y dedicación, una casa, una granja y una tierra fértil donde convivían gallinas, cerdos, cereales y olivos. Él, fuerte y visionario; ella, paciente e inteligente. Juntos transmitieron a sus hijos —Ramón, Joaquín y María del Carmen— que el valor de la tierra no se mide en hectáreas, sino en el cariño y la dedicación diaria. Su legado fue mucho más que un olivar: una forma de entender la vida, la naturaleza y el trabajo bien hecho.
En 1948, Juan de Dios Piedra y Antonia Aguilar, recién casados y provenientes de Jaén capital, compraron un pequeño olivar en Andújar. Con sus propias manos levantaron, con mucho esfuerzo y dedicación, una casa, una granja y una tierra fértil donde convivían gallinas, cerdos, cereales y olivos. Él, fuerte y visionario; ella, paciente e inteligente. Juntos transmitieron a sus hijos —Ramón, Joaquín y María del Carmen— que el valor de la tierra no se mide en hectáreas, sino en el cariño y la dedicación diaria. Su legado fue mucho más que un olivar: una forma de entender la vida, la naturaleza y el trabajo bien hecho.
Menos, es más, y por ello, queremos trabajar la tierra como hicieron nuestros abuelos y hacerlo siempre siguiendo estos tres principios que guían nuestro día a día y que no dependen de las circunstancias externas:
• Calidad absoluta en cada detalle.
• Respeto por nuestras raíces.
• Compromiso con la naturaleza y el futuro.
Cada botella es, en realidad, un homenaje a quienes iniciaron esta historia a principios del siglo XX e inspiraron a sus hijos y nietos con su ejemplo.